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Caballo Blanco

Actualizado: 1 jun 2023


Habitar mi máscara social ha sido un mecanismo en el que inconscientemente me he sentido muy cómodo. Llegar a encontrar un yo que está presente, que siente, que no se deja manipular por la energía de la situación social, me ha costado mucho trabajo.

En estos meses, he retirado creencias, perspectivas, paradigmas, ideas que están tatuadas hasta el rincón oscuro de mi cráneo. Buscándome a mí mismo. En el proceso he caído en la trampa de creer que soy, de subirme a pedestales y presumir un YO que no soy. También ha pasado lo contrario, he caído, fondo y oscuro por pozos de culpa, vergüenza, miedos, arrepentimiento, haciéndome menos, poco digno, con la sensación de no merecer, y por lo tanto dejar pasar. Encontrar la balanza entre esos dos polos ha sido doloroso. Darme cuenta que ni soy lo que me siento, ni soy como me siento, me ha llevado a buscar en otros tiempos verbales. Solo para descubrir que lo que busco está

en el presente. No en los hubieras, ni en los ojalás, ni en lo que piensen los demás. Sino en el conectar con lo que es y está siendo.

En el ámbito social, he descubierto un juego de máscaras y de poder muy intenso impregnado en todas las esferas sociales. Cada decisión, postura, comentario, en un grupo, con algunas personas, es jugado desde una máscara exterior. Y cada quién está jugando con una máscara. Cada quién tiene su propio juego. Construido para pertenecer y navegar en una sociedad que opera bajo dos condiciones: La competencia y el individualismo.

Esta máscara es un problema. Posicionar al ser en ella como residente te hace tomar decisiones basadas en lo que los demás piensen. En que te vean de cierta manera. En el rol en el que estás posicionado en este gran juego de mesa social. Y que al identificarte como personaje del juego, perdiste de vista que tú eres la persona sosteniendo la ficha, y que puede tomar decisiones prudentes, no basadas en el contexto social o el tablero (que muchas veces son contraproducentes) sino basadas en una estrategia, en control, en una cabeza fría que puede tomar decisiones. Darse cuenta que no se es el peón, sino quién lo mueve, y no se es la reina que puede moverse a donde quiera, sino quién decide a dónde se mueve.

Retirarse la máscara, salirse del personaje, es el reto de la existencia moderna. El problema es que en el momento histórico en el que nos tocó vivir, esa máscara es nuestra propia existencia de facto. No decidimos ponérnosla, simplemente fuimos adquiriendo nuevas conforme fuimos creciendo. Y por lo tanto puede que no las tengamos tan identificadas.


Se deben retirar, una por una, con paciencia, con amor, con mucho entendimiento y compasión, para entonces poder entrar al templo de Delfos. Esa es la misión del viaje del héroe. Se tiene que recorrer, para encontrar, en un santuario, escondido muy dentro de ti, tu verdadero ser.

Sólo desde el momento en el que eres, estás consciente. La presencia se encuentra en el presente. Muchas veces perdemos de vista que dónde se está parado también es un punto dentro de la brújula. Y requiere entrenamiento y constancia aprender a quedarse en ese lugar. Sentir la conexión con la Tierra, y desde aquí observar, aprender, corregir, y construir, tabique a tabique, nuestro propio templo. Con Virtud, con honestidad y con amor.

Cuando cada uno llegue a Pegasso, a esa cima de montaña que se tiene que alcanzar en el viaje del espíritu de cada quién, podremos colaborar para construir juntos. Muchos ya están ahí. Y algunos tienen la intención de dar una mano para ayudar a que las demás personas lleguen. Muchos piensan que están ahí cuando aún les falta mucho camino.


A mi parecer, ese es el salto que tenemos que dar y catalizar como humanidad; que todas las personas alcancemos un descubrimiento de ser, empezando por nosotros mismos. Caminar más allá de lo que el gran juego de la sociedad nos pide que seamos, para entonces poder construir y colaborar, aprovechando la genialidad de la autenticidad de cada ser.




Valentín Ernesto Martínez Rojas




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