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El hombre mitológico

Actualizado: 2 jun 2023

Por: Ernesto Martínez


El mayor insulto que le puedes decir a un hombre es que no parece hombre. “Te ves como niña”, “Pareces vieja”, “Te ves afeminado”, son cosas comunes que usan los niños adolescentes para molestar a sus compañeros varones. El hombre mitológico, al cual aluden los machos jóvenes como el ideal actuar y parecer, siempre ha sido pintado como protector, benefactor, con gran destreza mental para solucionar problemas y salvar el mundo. Dentro de los atributos que tiene este “Héroe” siempre se encuentra la bondad, la lealtad, el honor, la preocupación por el prójimo, la fuerza, la templanza, entre muchos otros rasgos.


Lamentablemente, el hombre moderno se ha convertido en todo lo contrario, tal pareciera que lo único relevante para el macho moderno es la satisfacción personal, sin importar qué o a quién dañe.


El hombre varón de hoy en día es violador, es asesino, es acosador, es irracional, es indiferente. La mujer, por más esfuerzos que hace para que el sapiens masculino entienda la problemática que vive su género opuesto, no obtiene resultados. El simio desarrollado, le llama exagerada, que está menstruando, que es histérica, o que está inventando todo para llamar la atención. Ella le avienta un discurso de que no es solo ella, sino todas las mujeres que ese hombre conoce; casi todas han pasado por experiencias terribles por hombres como él. La mayoría han sido acosadas en la calle por medio de gritos vulgares, o las han tocado en un transporte público, o peor aún, han eyaculado sobre ellas.


La otra parte de ese total de mujeres que conoce no sólo ha pasado por esto, sino por violación, violencia en casa, y discriminación solo por ser de ese sexo. Pero esto no es todo, además de eso, a todas las mujeres que conoce este individuo, les pagan menos aunque pueden hacer el mismo trabajo y muchas veces incluso mejor. El macho escucha este discurso e indiferente le dice que todo está bien, que se está preocupando de más, que es mentira lo que ella dice, y que además, ya está cansada y debe dormir –No vaya a ser que la reina siga molestándome con sus inventos–. Ella furiosa, le refuta que podría ser su hija, su hermana o su madre la siguiente que sufra a manos de los de su género ( cansada de repetirle que no es cuestión de los vínculos personales del macho, sino de humanidad y amor por el prójimo). Él evade la idea por completo, y le dice que se calme, ella está loca. La mujer, harta de esto decide manifestarse, gritar, buscar justicia, implorar por humanidad de su contraparte biológica para dejar de atormentarlas. Resulta que lo único que consigue son mas machos repitiendo lo mismo que le dijo su pareja, o su hermano, o su padre, o su amigo. Todos repiten lo mismo.


En los debates políticos y de reformas para mejorar la situación de “La mujer” se pinta el escenario igual casi siempre: Muchos hombres vestidos de traje y peinados sublimemente, hablando de porqué no o porqué sí darle derechos a ese ser que ellos consideran no tiene la capacidad racional de estar presente en los mismos. Los gobernantes hablan de datos falsos, de testimonios pagados o inventados, de problemáticas más importantes. Los policías, en su mayoría hombres también, abusan de su autoridad y perpetran estos hábitos que el macho actual ejerce. Y viola, y desaparece, y calla esas voces que denuncian.


El hombre mitológico, tan consciente, tan fuerte, tan audaz, tan lleno de auxilio al prójimo, tan heroico… Sustituido por el indiferente, el débil, el pasivo, el cobarde. Qué pena vivir en esta época y ser hombre. Callado, egocéntrico, misógino y débil. “No son todos los hombres, son algunos”, dirían aquellos que nunca han sido parte de esto, sin darse cuenta que también han colaborado, al quitarle la voz a una chica mientras habla, al solapar y celebrar a un amigo varón que acosaba, gritaba, nalgueaba, o grababa bajo la falda y después orgulloso lo presumía. Al hacer menos la carrera de una mujer porque solo lo estudia en lo que se casa. O en lo que tiene hijos. Al asumir que tiene que saber cocinar para casarse. Al abusar de una chica en estado de ebriedad. Al no alzar la voz cuando las matan, violan, descuartizan, empalan, decapitan, mutilan, acosan, pegan, ignoran, silencian. Qué horror llamarme hombre y ser parte de esto.


Qué vergüenza escuchar el enojo y cólera que da esta situación, y ver el futbol indiferente a los pocos minutos. Si de algo estoy seguro, es que el hombre mitológico nos observa hoy, lleno de rabia, impotencia y desilusión, al darse cuenta que aquellos con los que comparte el género y encomendó la misión de luchar por toda injusticia, le importa más un poco de brillantina rosa, que un río de sangre y miedo.


El mayor orgullo que le puedes dar a un varón, es que reciba elogios como “Eres todo un hombre”, “Qué masculino te ves”, “Mi macho”. Lamento decirle esto a mis hermanos, amigos, maestros, colegas, y demás congéneres: no lo somos. No lo estamos siendo. Ser hombre no es ser fuerte y estúpido, temerario e imprudente, cobarde y pusilánime. No seremos hombres, hasta que nos unamos a su lucha, que parece ajena, que parece llena de locas e histéricas o que parece irrelevante según nuestra limitada racionalidad.


Hasta que no dejemos de celebrar amigos acosadores, hasta que no permitamos que esta situación que nosotros mismos hemos causado, siga en pie. No podemos orgullosamente decir que somos hombres, que somos héroes, hasta que no unamos brillantina azul a la causa. No siendo un inútil ejerciendo título de “aliado del feminismo” pero llamando “feminazi” a las que hoy luchan por su vida y la de las demás. Sino realmente haciendo consciente que este es un problema de todos; que no se puede dormir tranquilo mientras en este momento en el que lees este artículo, hay alguna chica con miedo en un transporte o siendo violada y/o asesinada. Ojalá que esa brillantina rosa resplandezca lo suficiente para que entendamos que no puede seguir así. Que el hombre actual no actúa como tal, sino como bestia. Y somos nosotros, como generación, los que tenemos que colaborar para frenar esta distopía.



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