Amarte fue la muerte.
- Valentín E Martínez Rojas
- 20 oct 2014
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 4 feb 2020
–No puedo seguir besándote, está salado.
Me alejé instantáneamente mientras agarraba su mano, las lagrimas no dejaban de rodar por su mejilla y el dolor se observaba en su expresión.
–Te odio. Te odio.
–No es mi culpa, tú decidiste fingir que lo nuestro te importaba.
–Maldito maniaco. -Quitó la mano del amarre de mis dedos y se cubrió la herida en el estómago haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder hablar. – Estás loco, siempre supe que lo estabas.
–Sí lo estoy. Pero por ti.
–¿Por eso tuviste que matarlo? ¿ Por eso me clavaste un cuchillo?
Apreté la daga incrustada en su cuerpo, y le sonreí dulcemente.
–Era necesario, eres mía, siempre lo fuiste, y hasta estos minutos que te quedan, lo serás.
Voltee la cabeza, el cuerpo mísero del amante yacía inmóvil en el piso de nuestro departamento, desangrándose, pudriéndose.
–¡Estás enfermo! ¡Te irás al infierno! -Apenas se escuchaba su voz- ¡Loco! ¡Psicópata!
–El infierno fue estar contigo, pero te amo. -Respondí con socarronería. – Siempre lo dijimos de todos modos, morirías por mi ¿Recuerdas?.
Sus ojos se cerraron y las muecas de dolor se intensificaron.
Le agarré la cara con las manos llenas de sangre. Le di un beso dulce, le acomodé el cabello y me acerqué a su oído.
–Ya sabías que estabas muerta el día que quisiste amarme (O que dijiste que lo harías), eres mía. Te amo.
Saqué el cuchillo que perforaba sus entrañas con un movimiento rápido, ella apenas hizo mueca e instantáneamente su alma abandonó su cuerpo. Le quité las lágrimas de la cara y aprecié su hermoso rostro, ahora exánime. Me levanté, encontré una foto de nosotros sobre el buró que estaba junto a su cuerpo, donde se le observaba con una mirada tan digna de ella; tan indiferente, tan críptica, tan mentirosa.
Agarré el cuchillo que había quitado la vida a mi mujer, y lo clavé justo en mi corazón, que me ardía por su engaño. Me acosté junto a ella, le miré los ojos inmóviles y dejé que mi sangre se escurriera entre mis dedos.
–Te amo, Esperanza. Amarte fue la muerte.
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