Árbol
- Valentín E Martínez Rojas
- 10 jun 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 1 jun 2023
Gustav Klimt - The tree of life (1905)[1]

Primera lluvia de Junio
Un jardín, con una diversidad de flora que llenaba de magia y vida un pequeño camellón en una ciudad llena de confusión y tragedias. Entre sus habitantes se encontraban tribus de cactus y colonias de rosales, algunos magueyes y un par de árboles majestuosos con troncos grandes y ramas que se han permitido madurar a través de los años. Con un follaje divino en su parte superior y un pasto sano a sus pies. Los más viejos asoman sus raíces y los nuevos tímidamente encuentran su lugar en el enorme mundo que se abre ante ellos. Todos conviven entre los límites de cuatro banquetas y forman un santuario sagrado.
Escondido en ese santuario, encontré un árbol magnífico, con las raíces lo suficientemente grandes para destacar en la tierra y con largas ramas llenas de vida y paz. Él buscaba mezclarse con la energía del camellón para pertenecer, identificarse con los pensamientos y el cariño de los demás miembros de la comunidad y así sentirse valioso en un mundo donde todo es desechable. Intentaba con todas sus fuerzas crecer sus ramas para seguir progresando a pesar de la incertidumbre. Quería ser luz y encontrar la suya propia en un mundo oscuro.
Después de muchas caminatas a su lado, una noche descubrí que al centro de su tronco había un clavo largo y oxidado penetrando su corteza. A su alrededor brotaba pintura plateada que lo simulaba sangrando. Y mientras más me acerqué a la herida percibí que de ahí provenía un profundo dolor, como un tiburón con un anzuelo clavado al centro de su mandíbula. Intentando nadar pero con un tormento incómodo que le impide avanzar. Probablemente acostumbrado a él y sin real consciencia de su presencia.
La siguiente noche, tomé mi herramienta y decidí quitárselo.
– Antes de avanzar, quítate esa mochila. – Me comentó uno de los árboles que protegían la entrada al camellón – Aquí comienza tu ritual.
–¿Cuál mochila? – Contesté intrigado.
– Esa en la que cargas todos tus pensamientos y juicios. Donde transportas todo tu reino mental. Es necesario que la dejes aquí antes de quitar el clavo.
Me descubrí absorto en mis pensamientos mientras caminaba a cumplir mi misión y lo obedecí. Decidí desprenderme de todo aquello que invadía mi mente, cada idea que pasaba atrapaba mi atención como tirantes de mochila que se aferraban a quedarse en mi espalda. Conforme pasaron los minutos logré concentrarme en mi respiración. Y finalmente logré callar mi cabeza.
–Seguirán llegando, recuerda depositar todo aquí antes de entrar. Siempre puedes volver cuando los pensamientos sean muy llamativos. – Comentó el guardián mientras me daba acceso. – Intenta mantenerte fuerte en el presente.
Le agradecí y continúe avanzando. Unos metros delante una señora árbol guardiana me detuvo.
– ¿Acaso estás apreciando la belleza de este lugar? – Dijo con un tono enérgico mientras pasaba a su lado.
– No, estoy tan acostumbrado a pasar por aquí que no me he detenido a ver los detalles – Contesté con honestidad.
– ¡Es buen momento para valorar el escenario! mira el cielo, mira las casas, mira el piso, siente la tierra, observa lo que te rodea, aprende de ello.
Entre su silueta observé una luna llena que iluminaba el follaje del resto de habitantes del camellón. Una ligera luz mercurial con tintes anaranjados alumbraba casas viejas y calles mojadas por la lluvia. Entre sus aromas se percibían flores húmedas y tierra fértil. Nunca antes me había detenido a observar y descubrí pureza. De pronto el paraíso deslumbró frente a mis ojos como una estrella fugaz que te ilumina el alma.
–Puedes continuar – Dijo la señora y concluyó – Pon atención a la belleza, te está rodeando todo el tiempo.
Seguí mi camino y frente a mi un pequeño ejército de arbustos resguardaban a una reina árbol. Hizo un ademán con sus ramas para permitirme acercarme a ella y su ejército de pronto me abrió paso.
– Bienvenido, me parece noble lo que deseas hacer, déjame ayudarte. Conecta tu cuerpo y tu mente. El universo no es sólo el reino mental. Va mucho más allá de ello. Permítete sentir.
De pronto, del piso a mis pies comenzó una transferencia de energía que vibraba en mi cuerpo. La frecuencia de la tierra me recordó que estaba conectado a ella. La madre naturaleza me estaba transmitiendo su cariño y complicidad a través de las raíces de esa reina. Sin poderme contener, la abracé como un niño que encuentra su lugar después de haber estado perdido.
– Es hora de que quites ese clavo, has encontrado sabiduría. – Me dijo satisfecha – Con eso podrás sanar la herida.
Caminé sobre las raíces del árbol lastimado, consciente de que estaba a punto de hacer algo de gran impacto y valor. Acercándome como un amigo empático buscando ayudar. Cuando por fin llegué al tronco tomé mi martillo y con tres movimientos rápidos saqué el clavo. El primero para medirlo, el segundo para ver la fuerza que necesitaba, el tercero para ejecutar la acción.
En el momento que salió, hubo silencio seguido de una energía abrasadora que emanó del árbol con tal fuerza que se conectó en el cielo y en la tierra. Como una lluvia de estrellas o una celebración con fuegos artificiales que surgía de sus hojas hacia el universo. Una sensación de libertad, de paz y de plenitud que inundaba el camellón y las cuadras cercanas. Las rosas cantaron y los cactus celebraron. Los guardianes de la entrada aplaudieron y la reina sonrió.
Un pájaro negro me observaba a la distancia.
Valentín Ernesto Martínez Rojas
[1] Cortesía de: www.Gustav-Klimt.com Disponible en: https://www.gustav-klimt.com/The-Tree-Of-Life.jsp#prettyPhoto
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