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El pescador de curiosos

Actualizado: 1 jun 2023



–Tú te pasaste la gasolinera a propósito y te dije que quería ir al baño. – Exclamó Sofía furiosa.

–Bueno, si alguien me lo hubiera pedido por favor tal vez me hubiera parado… –Respondió David en el mismo tono.

– ¡Eres un salvaje! ¿Qué importa si no te lo pedí por favor? ¡Es una urgencia!

–Tú siempre me das órdenes, y estoy harto.

–¿Te acuerdas cuando tú ibas manejando hace tres años sobre esta carretera? ¿Y te enojaste porque no podía leer o entender lo que decía el mapa? ¡Tú eres el que siempre da órdenes!

–No fue una orden, necesitaba guía o nos íbamos a perder, además, ¿eso qué? ¡Ya pasó! ¡Te fascina usar cosas que pasaron hace tiempo como tu argumento! Hoy es hoy, pídelo por favor.

– ¡Detente en la próxima gasolinera! – Gritó Sofía.

Después de varias horas en el camino, la conversación era áspera. Cada que alguno de los dos intentaba hablar el otro reaccionaba a la defensiva. Los acuerdos habían quedado al margen y ya no se soportaban entre sí.

–Tengo hambre.

– ¡Nos acabamos de detener! ¿Por qué no compraste nada ahora que bajamos? – Respondió David impaciente mientras se incorporaba nuevamente a la carretera.

–Tenía que ir al baño, ¡no me acordé! me acabo de dar cuenta que mi estómago necesita comida.

– ¡No nos vamos a volver a parar! Espera a que pasemos la caseta, todavía falta como hora y media.

– ¡Estoy harta de tus excusas! ¡No tenemos ninguna prisa por llegar y necesitamos comer algo!

– ¡No son excusas! Más adelante la carretera se pone muy oscura y quiero aprovechar para cruzar esa parte con luz de día.


–David, ¡Deja de ser tan egoísta! Considera que me muero de hambre, no hemos comido desde que salimos en la mañana y ¡Ya van a ser las siete de la tarde!

El camino en esos momentos se había transformado de una autopista muy concurrida a una carretera de dos carriles ida y vuelta sin ningún tipo de luz artificial, rodeada de árboles que junto a la pequeña llovizna oscurecían el paisaje.

–Este es el problema, si no cruzamos esta parte antes de que sea más noche no veremos nada, suele llenarse de neblina más tarde.

–Aún así, o te detienes en el primer lugar que veas para que podemos comer, ¡O esto se va a poner peor! – Advirtió Sofía.

A varios metros de distancia, una silueta apareció a la orilla de la carretera.

–¿Qué es eso? – Dijo ella mientras apuntaba a la sombra iluminada por los últimos rayos del día que podían cruzar la frontera entre las nubes, los árboles y el piso.

–No lo sé, parece un señor… – Respondió David aún molesto por las órdenes – ¿Qué tiene en las manos?


– Parece como si estuviera… ¿pescando?


Poco a poco la silueta que los había intrigado se hizo más visible y confirmaron que era un anciano con una caña de pescar. Sentado en una caja de madera. Vestía un impermeable azul, pantalones de mezclilla desgastados y botas para la tormenta. A su lado tenía un gran frasco que parecía que contenía carnada.

– ¿Qué estará pescando? – Se preguntaron ambos. Mientras reducían la velocidad.

– Señor – Dijo Sofía mientras bajaba su ventana – Disculpe la molestia… ¿Qué está pescando?

– ¡El melón en la mañana es oro, en la tarde plata y en la noche mata! –Exclamó riendo mientras veía cómo se detenía el coche frente a él.

– ¿Disculpe? – Contestaron los dos.

– Sí, tienen hambre, ¿no? Tengo un poco de melón aquí, todavía es hora para que lo coman y no les haga daño.

– ¿Cómo sabe que tenemos… – Respondió Sofía sorprendida – ¿Y lo vende?

– ¡No! La condición es que se tomen un tiempo para comerlo conmigo… – Respondió el pescador sonriendo.

David estacionó el coche un par de metros adelante, y sin dudar ambos bajaron y se acercaron a él.


– Muchas gracias por la fruta – Comentó Sofía mientras recibía un pedazo de melón que el anciano sacó de su frasco. – Entonces… ¿Qué está pescando señor?

– Curiosos. – Respondió el anciano.

–¿Y por qué? – preguntó David angustiado.

– Porque los curiosos dudan, se atreven a cambiar. En esta parte del río – Refiriéndose a la carretera – Usualmente los conductores van peleando con sus acompañantes, algo tiene este bosque que hace que la gente no se pueda escuchar entre sí. Tengan un pedacito de melón fresco y tengan buen viaje. – Respondió sonriendo el anciano.






Valentín Ernesto Martínez Rojas

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