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Bungalows y cabañas



“Salir de su habitación a altas horas de la noche es bajo su propio riesgo. Atte. La Recepción”.

Cómo es habitual, se me ocurrió salir a fumarme un cigarrillo, normalmente salgo a la terraza de mi departamento o a veces doy vueltas por la azotea de mi edificio. Es un hábito terrible, lo sé; sin embargo, me relaja de las presiones laborales y me distrae de lo que acontece alrededor. Al estar en mi azotea, recibí un mensaje de un cliente que acababa de conocer, no sabía mucho de él, sólo que le gustaban las cosas extrañas (según las referencias que me dio mi secretaria).

“Rubén, hay un lugar muy divertido cerca de la playa, nadie lo conoce y me encantaría encontrarte en la plaza principal la siguiente semana para poder hacer un nuevo arreglo, ¿cuento contigo con que me acompañes? No puedo verte en la ciudad porque estoy haciendo una investigación por acá. Confírmame.

–Eduardo”

Acepté la propuesta de mi nuevo cliente y me fui en automóvil al lugar que me mencionó después de confirmarle la cita. Estuvo bastante tranquila la carretera y no tardé más de tres horas en llegar. Al llegar al pueblo busqué el hotel que había reservado, por razones que desconozco estaba cerrado y tuve que emprender un viaje para encontrar otro. Di vueltas por el centro y estuve rondando las calles hasta que me cansé, extrañamente, todos los hoteles estaban inhabitados, en reparaciones o simplemente ese día no habían abierto.

Seguí mi camino y decidí moverme hacía la carretera que resultó ser panorámica construida junto al mar; sin embargo, no se apreciaba bien gracias al bajo clima y la lluvia. Mientras manejaba me pareció extraño el hecho de no ver negocios alrededor –normalmente, las carreteras cercanas a los pueblos tienen tiendas de alimentos o artesanías.

A cinco kilómetros del lugar encontré un sitio que decía “Bungolows y Cabañas: estacionamiento, cable, internet, desayuno y playa privada” y decidí preguntar.

Al entrar a la recepción, había un par de cuadros en las paredes; en uno, la fotografía de una pareja joven como de recién casados y en el otro, la misma pareja pero ya un poco mayor con un muchacho de unos 15 años entre ellos. Ambas habían sido tomadas teniendo como fondo la puerta del acceso al hospedaje. Sin embargo, me llamó la atención que la expresión de los participantes era excesivamente seria, como ausente, sin vida.

Al fondo del cuarto estaba un hombre que vestía una cazadora negra vieja y se hallaba detrás del mostrador.

—Buenas tardes, una habitación sencilla, por favor.

—Buenas tardes, con mucho gusto señor. Si no es mucha molestia ¿cuál es el motivo de su visita?

—Negocios mi amigo, veré a un cliente mañana temprano en la plaza del poblado que está a diez minutos de aquí.

—Perfecto señor, es extraño que quiera venir a este lugar y en noche de luna llena, sírvase llenar el registro y le busco su llave.

—¿Por qué lo dice?

—La gente no habla muy bien de este sitio… Dicen que pasan cosas extrañas.

–Noté que el hombre se puso un poco nervioso y cambié de tema.–

—Oiga, las fotos que están ahí, ¿Quiénes son?

—Mire señor, ellos eran mis padres y el muchacho que está ahí soy yo, ellos eran los dueños, fallecieron ya hace muchos años de una forma terrible. Al poco tiempo de ser tomada esa foto, en una noche como hoy, de luna llena, mi madre fue atacada mientras dormía con un machete inmenso y unas cuantas semanas después, a mi padre se le vino encima una barda que le destrozó el rostro y perdió la vida, desde entonces, yo cuido este sitio.

—Oh, qué mal, mis condolencias… –Decidí no preguntar más, dado que el dependiente empezó a ponerse muy incómodo y le enseñé el registro terminado– ¿Me muestra la habitación?

El buen hombre –de unos sesenta y cinco años, alto, piel morena y una mirada muy intrigante – me dirigió a mi cuarto, me mostró el baño y me dio un control para la televisión, diciendo: En caso de que se aburra señor, mejor eso a salir en la noche.

—Sí por supuesto —Respondí sin prestarle mucha atención.

Me instalé, no estaba tan caro, quinientos pesos la noche con IVA y desayuno incluido. Como no tenía pensado salir a ningún lado, decidí de una vez guardar mi vehículo y lo estacioné frente a mi habitación, bajé mi maleta y por la costumbre, puse la alarma del carro, no obstante que el hospedaje parecía vacío. Me acosté unos minutos para descansar de la larga manejada, y al poco rato me incorporé y me cambié de ropa –Adecuándome un poco al clima– y fui a buscar comida a la cafetería del mismo hotel, sin éxito.

I

Al volver a la habitación, caí en un sueño profundo dado la inmensa cantidad de comida que consumí. Al paso de unas horas, la noche había tomado su turno y el clima había bajado un poco más.

Desperté, fui al baño y me volví a acostar, encendí la televisión y me dediqué a contactar a mi cliente –El cual no me contestó; sin embargo, le dejé un mensaje indicándole en que hotel me encontraba – y después llamé a mi novia para platicar nuestras aventura del día. Mientras la escuchaba, se me ocurrió salir a fumarme un cigarrillo. Aseguré la puerta del cuarto y me encerré en mi auto para no congelarme.

Observé un par de letreros cerca de la puerta del estacionamiento que decían:

“A todos los huéspedes, les advertimos que salir de su habitación después de media noche es bajo su propio riesgo. Atte. La Recepción”.

Seguí platicando con ella. Su voz me tranquilizaba mucho y los minutos empezaron a pasar desapercibidos. Pude darme cuenta que las puertas del estacionamiento para salir a la carretera ya estaban cerradas y la mayoría de las luces alrededor del jardín se apagaron. Encendí las altas del carro para ver si las farolas se prendían en automático. –Acto que no funcionó.

En ese momento, mi celular sonó, avisándome que la señal era mala. Y segundos después, la llamada se cortó. Al encenderse la pantalla, vi que tenía un mensaje. Era Eduardo:

“Rubén, perdón que no te he podido contestar, he tenido que resolver otros asuntos, por lo que no te podré ver mañana; sin embargo, ten mucho cuidado, si estás hospedado en el lugar que me dices, por nada del mundo salgas de tu habitación a altas horas de la noche, debe tener algo malo. No es seguro”.

¡¿Qué?!. ¡¿Por qué tanta histeria acerca de salir de noche?!

II

Mi celular se apagó, la batería se agotó y había dejado el cargador en el cuarto. De repente sentí un escalofrío tremendo. Mi mente siempre ha sido mi mayor traición y empecé a sugestionarme. El tablero de mi carro indicaba que faltaba un minuto para las doce de la noche y en eso creí escuchar un ruido, como si alguien me llamara, incluso creí oír mi nombre.

—¿Quién anda ahí? –Empecé a preguntar con voz tímida mientras me encerraba en mi vehículo. El silencio se hacía más grande, las luces de los autos en la carretera dejaron de pasar y empecé a sentir más frío del que ya había.

En eso, muy cerca pero muy lejos escuché el maullido de un gato, pero no era uno normal, era un gato enojado, se oyó espantoso. Sentí como la piel se me erizaba y mi corazón latía tan fuerte que su sonido sustituía el ruido callado de los motores de algunos aparatos del hotel. La luz súbitamente se encendió y a lo lejos divisé una sombra. – ja, siempre tienen que pasar estas cosas–. Además con horror vi un pedazo de la barda destruida y se me vino a la mente la historia que me contó el recepcionista del hotel.

—Estoy imaginándolo, no puede pasar esto si no es una película –una voz dentro de mi empezó a susurrarme – no corras, no grites, mantén la calma. —Algo va a pasar, ten cuidado –otra voz comenzó a escucharse en mi cabeza – viste los letreros, el mensaje de Eduardo, las señales… ¡Corre!

Encendí las luces del carro y una figura infantil se apareció frente a mí, parecía una niña, pero sus ojos estaban oscurecidos totalmente y de su pelo escurrían gotas de agua mientras el vestido blanco que traía puesto estaba igualmente empapado, como si hubiera salido del mar, lo cual era imposible, la temperatura debía ser muy fría.

Aprisionaba algo en su brazo, parecía una muñeca. –Por qué no, estoy imaginándolo– mi rostro palideció y encendí las luces altas. La niña empezó a gritar –Por Dios es el grito más horrible que he escuchado en mi vida– su voz aguda hizo temblar los cristales de mi carro y su mirada se centró en lo más profundo de mi ser. Siguió gritando al tiempo que avanzaba hacia mí no supe que hacer, el miedo me consumía internamente mientras todas las voces en mi cabeza habían decidido irse a esconder a un rincón.

Pretendí sonar el claxon en demanda de ayuda, pero por algo que ignoro, no fue posible que funcionara, en ese momento, la niña arrojó frente al cristal delantero el objeto que traía en su brazo y entonces me percate que se trataba de una figura que semejaba a un bebé, la niña me miró fijamente y puso sus manos sobre el coche y empezó a moverlo, de tal forma que todo el auto temblaba de la misma manera que yo lo hacía. Mi reacción fue encenderlo, que por suerte prendió, puse la palanca de velocidades en primera y arranqué y la arroye, no me importó nada. Aceleré lo más que pude hasta que me estampé contra una moto antigua estacionada. Voltee a mirar el retrovisor esperando ver a la niña tirada en el suelo, pero en lugar de eso observé que empezó a incorporarse, abrí la puerta y salí corriendo del coche –Carajo – y hui lo más rápido que pude.

Por un instante levanté la vista al cielo viendo si podía escaparme por los techos de las cabañas o por la barda y contemple una gran y hermosa luna llena.

Al cruzar por la alberca un majestuoso gato de color gris me observaba esperando en la orilla, mojando sus patas e inmóvil. Pensé que me iba a atacar, pero en lugar de eso pasé a su lado sin que hiciera ningún movimiento, solo me veía muy atento y movía despacio su cola, –¡Carajo!– seguí huyendo, mi instinto de supervivencia tomaba control de mi cuerpo y actuaba por sí sólo.

El grito de la niña se volvió a escuchar pero ahora más intenso. –CARAJO!– y escuché unos pasos lentos detrás de mí…

No voltees, no voltees, no voltees, decían todas mis voces internas al unísono.

No sé por qué me acorde de la clase de catecismo que decía que Lot por voltear a ver a su esposa Edith cuando huían de las puertas de Sodoma, se volvió una estatua de sal. No obstante ello voltee. Y ahí estaba la niña junto al gato y en su brazo sostenía su muñeco, viéndome, gritando, con una mirada vacía y una pose, al igual, ausente pero amenazadora. No obstante parecía que el gato le impedía seguir avanzando en mi persecución, pues contrario a cuando yo pasé, ahora tenía el cuerpo erizado y tiraba dentelladas a la niña, además de que movía sus patas delanteras como queriendo arañarla, por lo que ésta se dio la vuelta para tratar de abordarme por otro lado.

En mi carrera para huir de aquello me acerqué a la puerta que comunicaba los cuartos con la recepción del hotel, pero estaba cerrada y de un par de argollas colgaba otro letrero que advertía que no se recomendaba salir de noche.

Emprendí de nuevo mi marcha, cuando, cerca de una de las cabañas, estaba un algo –o alguien– sentado, en una mecedora. Parecía un viejo, pero estaba oscuro y no pude reconocerlo, empecé a pedirle ayuda con el poco aliento que me quedaba, pero no me escuchaba, al acercarme un poco –Tenía que pasar por ahí para llegar a mi habitación– vi que se trataba de un anciano pero su nariz estaba desfigurada, no tenía ojos y la mitad de la cara estaba destruida y sus largos dedos tocaban rítmicamente los brazos de la mecedora. Volteó a verme y con una voz fría y que me penetró la piel me dijo: “Corre, trata de esconderte, pero es inútil no lo vas a lograr, lo peor está por llegar, la fiesta está por comenzar”, mientras se reía con una risa descomunal y mis oídos eran perforados por carcajadas aterradoras.

Lo reconocí en ese instante, era el mismo hombre que se veía en las fotos de la recepción, en eso observé que se levantaba de la mecedora y que en su mano derecha traía un machete enorme, entonces entendí, era el padre del recepcionista que había asesinado a su esposa con ese machete y estaba dispuesto a darme el mismo final. Corrí. Mientras el gato emitía gruñidos de una intensidad que hasta pensé que eran varios animales al mismo tiempo, alcance a oír que el anciano sin dejar de seguirme gritaba, ¡Hades cállate ya!

En eso escucho que alguien grita desde el interior de la cabaña ¡déjalo en paz Gregorio no le hagas daño como a tu hijo y a mí que nos cortaste en pedazos!

Entonces comprendí, el recepcionista también había muerto trágicamente en aquella noche 50 años atrás.

Busqué en la bolsa del pantalón del pijama la llave de mi habitación y la saqué casi en un instante. Empecé a ver más figuras a lo lejos pero no tuve agallas para intentar distinguirlas, mi corazón ya no aguantaba más, estaba que quería explotar. Llegué al cuarto, la llave se me cayó al suelo, torpemente la recogí y mientras lo intentaba abrir con la cordura nula que me quedaba, todos los ruidos de cada uno de los “individuos” se juntaron, el gato, la risa del anciano, el grito de la niña, la súplica de la esposa se hicieron uno sólo y mi piel intentaba saltar de mi cuerpo con cada partícula de mi ser temblando.

Cuando logré entrar al cuarto, intenté encender la luz pero la bombilla se fundió. Y muchas sombras pasaron por fuera de la ventana, haciendo ruidos aterradores, me puse tras la puerta mientras se escuchaba como algunas manos se colocaban en mi ventana. Toqueteaban las paredes, las ventanas, el techo, todo. La puerta empezó a temblar como si estuviera siendo forzada por estas criaturas, pero puse todo mi peso impidiendo que se abriera. La sangre la tenía más fría que nunca, el corazón latía a doscientos cincuenta latidos por minuto y todas mis voces internas habían huido de mi cabeza. Mi cuerpo no resistió más y segundos después caí inconsciente.

III

–Señor, ¿se encuentra bien? ¡Su carro sufrió un accidente ¿Está usted bien? –se escuchaba mientras llamaban a la puerta de la habitación.

Abrí los ojos y logré reaccionar al escaso sol que se filtraba por las cortinas. ¿Qué carajos había pasado?… —Sí mi amigo, estoy bien–. Contesté débilmente mientras recuperaba la voz.

Abrí la puerta y frente a mi estaba el recepcionista.

—Tuvo una de esas noches, ¿eh?

–¿Cómo dice?

— Los vio… La maldición de nuestro hotel.

—Eso significa qué…. ¿Sí pasó?

—Oh sí señor, fue tan real como que chocó su carro contra mi moto estacionada allá abajo y su pijama está hecha jirones. Verá, lo que vio ayer, son las almas de gente que ha muerto de forma terrible en este hotel… no han encontrado descanso y por alguna razón en noches de luna llena como la que tuvimos ayer, atacan a cualquier visitante de nuestro establecimiento… Hay letreros por todos lados, ¿No los vio?

No tuve valor para preguntarle si él estaba vivo o no, solo me dejé llevar.

–Sí vi los letreros, pero no pensé que fuera algo así… Entonces, ¿El gato que es?…

—¿El gato? Es el que anuncia que están por llegar las almas, el que pide a todos que se metan a sus habitaciones o lo que sea dónde estén seguros, el evita que las almas salgan del inframundo y de aquí no se pueden ir.

—O sea, ¿el gato es bueno?

—Yo no lo diría así, el gato no tiene esa dualidad, simplemente es; sin embargo, creo que fue lo que le salvó la vida ayer… ¿Gusta desayunar?

Sentí como si el trabajador me estuviera obligando, pues colocó su mano en mi espalda y me empujó guiándome hacia la cocina.

Volví de desayunar y todo el tiempo estuve bastante inseguro, el pánico me rodeaba la sangre; sin embargo, no podía alimentarme en ningún otro lugar dado que todos los establecimientos estaban cerrados. Agarré mi celular el cuál había puesto a cargar antes de salir a comer y encontré un mensaje de Eduardo.

“Rubén, ya investigué bien el hotel que me dijiste, lleva cerrado poco más de 50 años, ¿cómo es que estás ahí?… Ten mucho cuidado, este es un pueblo un poco distinto, espero hayas pasado una buena noche. No podré verte, llegando a la ciudad me comunico contigo para terminar el trato. Una disculpa por hacerte venir hasta acá, por nada vayas a pasar otra noche en este lugar Rubén, lo digo en serio”.

IV

Nunca más volví a ese pueblo, ni salgo a fumar en las noches. Ahora solo acepto las propuestas de negocios dentro de mi ciudad y ahora mi compañero de vida es un gato, que se llama, igual que aquel que me salvó la vida: “Hades”.

En noches de luna llena, se desaparece y a lo lejos lo escucho maullar.

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