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¿Tenerle miedo a la lluvia?

Actualizado: 4 feb 2020


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Javier era un tipo callado, me costaba mucho salir con él; su forma de pensar y la manera de ser muy directo con las personas ocasionaba que no mucha gente quisiera pasar más de 20 minutos con nosotros. Un día caminábamos por aquellas calle modernizadas de la vieja colonia Roma, yo traía unos vaqueros ajustados, una cazadora negra y un gorro gris. El cielo caía pues la lluvia era suficiente para reforestar el barrio entero. Recuerdo que él tenía puesto un saco de corte elegante, una camisa azul  y un pantalón de vestir que complementaba el traje; siempre fue un tipo excesivamente formal. Era un sábado en la tarde, nos habíamos encontrado en el foro Lindbergh del parque México en la colonia Condesa. Al ir caminando, por cada paso que dábamos la lluvia aumentaba su intensidad, por lo mismo le sugerí que tomáramos un taxi para no empaparnos. Él sonrío y me hizo una pregunta que hasta el día de hoy recuerdo a la perfección –Tenía una voz profunda y grave, lo que dificultaba no ponerle atención – él aclaró la voz y me dijo: “¿Por qué le tienes miedo a la lluvia?”

–Pues, nos vamos a enfermar.  Contesté.

–Es lo divertido, acción y reacción. Las plantas se vuelven más bellas por el llanto del cielo, el piso se humedece, lo que da un paisaje urbano donde las luces de los automóviles se reflejan simultáneamente, el pavimento se convierte en una pista de patinar por excelencia y refleja la naturaleza del humano como hormiga: Algo sale diferente a lo previsto y se ven obligados a correr, desaparecer de su intención, tomar taxis o enjaularse bajo el techo de un Oxxo. Aparte, la lluvia es muy relajante.

Abrí los ojos, vi la belleza de la que él hablaba, era magnífico, la ciudad poco a poco se vaciaba, la monotonía de caminar con un rumbo fijo (Al trabajo, a la tienda, a casa de los suegros…) se dispersaba, la mirada de preocupación por mojarse en la gente era revelante de la simpleza de nuestras mentes. Javier estiró los brazos, dejó que la lluvia lo consumiese, él era parte de la naturaleza, apreciaba la maravilla natural del mundo, ese asombroso ciclo de renovación.  Al final nosotros también éramos un ciclo, formamos parte de otros ciclos, la vida es eso, ciclos.

Llegamos al café, pedimos lugar en la terraza, le ofrecí un cigarro, no me lo aceptó. Pidió un capuchino simple, yo lo acompañé con un café negro con dos de azúcar. Al pasar una hora, después de una charla cotidiana, nos retiramos.

Tiempo después me enteré de un accidente de auto, dónde Javier estaba involucrado. Su padre perdió el control del vehículo gracias a la lluvía que caía y empapaba el suelo, él perdió la vida. Irónico.

Unos años después me mudé a esa colonia, con frecuencia iba a aquél negocio, pedía lugar en la terraza y ordenaba un capuchino simple. La enseñanza que me dejó ese sujeto formal y frío era algo que me daba vueltas muy a menudo. La naturaleza son varios titanes que son bellos, auténticos, asombrosos. Pero como titanes, no razonan, son fuertes y hay que temerles. Pues pueden maravillar los ojos de los que los respetan o pueden atacarles. ¿Tenerle miedo a la lluvia?… Sonrío.

–La cuenta, por favor.

Comienza a nublarse, la gente se preocupa y apresura el paso. Yo estiro los brazos, las primeras chispas caen sobre mi rostro y mis ojos se humedecen, enciendo un cigarro, continúo mi camino. Sigo cumpliendo mi ciclo.

No le temo a la lluvia, la respeto.

Llego a mi casa, pongo en mi iPod una lista de reproducción, empiezan a sonar los acordes de la guitarra del vocalista de The Doors. La intensidad de las lluvias de Septiembre choca contra mi ventana, en la calle se ven personas corriendo o escondiéndose. ¿Por qué la gente le tiene tanto miedo a la lluvia?

Sonrío de nuevo y veo a Javier junto a una pareja cubierta bajo el techo de la casa de enfrente, estirando sus brazos, recibiendo la lluvia, disfrutándola. Siendo parte de ella, de su ciclo. Desapareciendo al mismo tiempo que la lluvia cesa. Siendo una idea en blanco, una gota que rueda contra el cristal. Un concepto que se evapora al momento en el que la luz de la razón lo toca.

El cielo vuelve a verse soleado.  El ciclo continúa. La nostalgia culmina y el temor desaparece.

-E

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